EL DESBORDE EMOCIONAL Y DESEQUILIBRADO
Julio 14, 2008 ·
“La cultura política argentina tiene una extraña fe en las palabras; se cree que ellas resuelven los problemas” - Nicolás Shumway -Director de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas.
El discurso manipulador
En la Argentina son usuales los comentarios socio-políticos y económicos que contienen mucha carga emocional. La mayoría de los intentos de racionalizar el tema, para poder establecer un diálogo más igualitario, se frustran ante la incoherencia y la descalificación agresiva y persecutoria.
Tampoco son inofensivas ni gratuitas las expresiones que emanan del círculo central del poder político. Desde el año 2003, una y otra vez los Kirchner y compañía acusaron a terceros de todos los males que asolaban a este país. Es bien conocida la táctica política – de origen fascista y totalitaria- de denunciar un enemigo interno (o externo según sea el caso) para estimular un pensamiento nacionalista y recibir, mediante esa manipulación, el apoyo popular. En Argentina la utilizaron la mayoría de sus gobernantes, hayan sido éstos militares o civiles, de facto o ungidos por el voto popular.
Kirchner no manifestó tener problemas mientras las acusaciones caían sobre las dictaduras militares, el neoliberalismo, Menem, el FMI y los Estados Unidos. Pero las dificultades aparecieron cuando ese discurso se fue agotando por el cansancio de escucharlo o por el simple paso del tiempo. Es que la última dictadura militar cedió el poder hace veintitrés años; Menem dejó la presidencia hace diez; la política económica señalada popularmente como “neoliberalismo” (1980-2000) perdió su vigencia internacional, el FMI cobró el 100% de la deuda y se olvidó de la Argentina, y los Estados Unidos están, desde hace tiempo, ocupándose principalmente del actual líder sudamericano: Brasil.
En estos momentos, cuando el matrimonio presidencial argentino quiere traer al centro de la escena a un claro enemigo interno, los resultados ya no son los mismos. Al acusar a la terna “campo-grupos de derecha-sectores del peronismo de los 90” como golpistas que “promueven un modelo de país injusto”; o al señalar a un pequeño productor y líder de la protesta agropecuaria, Alfredo De Angelis, como “oligarca”; o a la Federación Agraria, bien conocida por su inclinación socialista, como un grupo de derecha que busca desestabilizarlo, dobla la apuesta en un juego en el que cada vez menos gente cree y participa. El riesgo de sufrir una caída libre al vacío institucional es muy elevado.
Recuerdo una leyenda israelí que cuenta que había una vez dos amigos que, no obstante estar condenados a muerte, conquistaron la simpatía del rey. Éste decidió ofrecerles una oportunidad para superar el trance: unió dos picos de una profunda quebrada mediante una soga y prometió a los condenados que si lograban pasar al otro lado, les concedía la vida. El primero de los dos, bambaleándose, logró finalmente cruzar. El otro, antes de intentarlo le preguntó a su amigo cómo lo había logrado. El compañero le contestó que no lo sabía. “¿Pero algo habrás hecho para no caerte?” -insistió el otro. “Y sí –respondió el que estaba ya a salvo- cada vez que me inclinaba demasiado para un lado, enseguida equilibraba mi cuerpo yendo para el otro”.
Es evidente que los Kirchner no pueden equilibrar su gobierno y probablemente terminen cayendo al abismo. La tragedia mayor será que se lleven con ellos al país entero en esa caída.
La carga emocional
Las diferencias en política deberían negociarse sólo a través de un intercambio de ideas razonables, dejando que la pasión emocional incontrolada quede reducida al fútbol. La inteligencia emocional es el conjunto de habilidades que sirven para expresar y controlar los sentimientos de la manera más adecuada en el terreno personal y social.
“Siente el pensamiento, piensa el sentimiento”, decía el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936), precursor del movimiento filosófico existencialista.
Cualquier mirada sobre la realidad se distorsiona cuando la carga emocional es elevada.
Por ejemplo, en el tema actual de la crisis del campo es habitual que, en un diálogo con los adherentes al oficialismo, cuando se intenta defender la posición de los productores con relación a las retenciones móviles, se reciban respuestas que no se corresponden directamente con el planteo, como es el caso de las alusiones a lo mal que estaba el campo durante la década del 90 y lo bien que está ahora; o a que “con la comida no se jode”; o a que son “golpistas”. La apuesta descalificadora puede llegar a aumentar y, entonces, pasar a la categoría de “h… de p…” que someten al pueblo, o incluso, que fueron cómplices de las dictaduras militares pasadas. Y, en el mejor de los casos, si el interlocutor es un oficialista benevolente puede ser que emita un comentario tal como que no son “malos” sino, simplemente, idiotas útiles manipulados por los “malvados intereses de la oligarquía”. Todas respuestas emocionales que alejan la posibilidad de un intercambio racional de ideas.
Cuando esto sucede, queda en evidencia la extraña conexión entre los hechos que hacen los acusadores. ¿Cuál es el mecanismo que hace que vinculen la defensa de los intereses económicos de un sector de la población que se siente amenazado por el Estado con, por ejemplo, la desaparición física de miles de personas o la hambruna de otras tantas?
Este tipo de asociaciones hace imposible encauzar cualquier diálogo de manera racional.
Respecto a esto me viene a la memoria un relato alegórico situado en los años setenta: un grupo de legisladores norteamericanos son invitados a visitar la Unión Soviética. Una mañana, los funcionarios rusos los llevaron a visitar su famosa estación de trenes en Moscú. El líder del grupo soviético comienza a explicar las bondades del sistema ferroviario diciendo que “de este anden sale un tren para Kiev cada dos minutos, del siguiente sale otro tren para Stalingrado cada tres minutos…” y así sucesivamente hasta que uno de la comitiva norteamericana lo interrumpe para decirle: “Perdón, no quiero incomodarlo pero ya pasaron casi diez minutos y no vimos salir ningún tren de ningún andén”. Se produjo un tenso silencio hasta que el ruso reaccionó respondiéndole: “¿Y ustedes qué tienen para decir? ¿Acaso no matan a los negros?”
La Argentina enemiga
En realidad, hay algo que se da por hecho en el estudio de la historia política de las ideologías. Todas quieren lo mismo. Fascistas, capitalistas, marxistas y anarquistas. Liberales, conservadores y socialistas. La derecha y la izquierda. Todas quieren que se aumente la riqueza, que se distribuya mejor, que haya igualdad de oportunidades para el hombre, más trabajo, más y mejor educación. Nada de pobres, menor delincuencia, mayor respeto en la convivencia, ciudades limpias, acceso popular a la cultura, etcétera, etcétera.
La diferencia se encuentra, entonces, no en los fines sino en los medios. Cada sector o ideología tiene un pensamiento propio sobre cuál puede ser el mejor y más seguro camino para acceder a todas esas maravillas económicas y sociales.
Si partimos de esta premisa, un hombre de derecha y otro de izquierda, por ejemplo, pueden sentarse y dialogar hasta el infinito sobre cuál de los dos caminos que proponen ambos es el más eficiente, o justo, o equilibrado, para lograr esos fines. Lo más probable es que ninguno llegue a convencer al otro pero existen muchas posibilidades que encuentren coincidencia en más de un pensamiento.
Esto jamás será posible si, como sucede en la Argentina actual, se le niega esos fines al opositor y se lo convierte en un enemigo a quien hay que humillar o someter. Incluso no interesa demasiado si los hechos no le dan la razón al agresor: Se los niega o se los desvaloriza, como sucedió con las evidencias del aumento de la pobreza o de la poca inversión en obras que favorezcan a los sectores carenciados a pesar de los cuantiosos ingresos fiscales de los últimos años.
Ejemplos tenemos a granel. Citaré sólo dos para no extenderme: los dirigentes de la CTA, la importante central obrera independiente, a la que no se puede tildar de “oligarca, reaccionaria ni derechista”, han denunciado una y otra vez que el crecimiento económico del modelo K no sólo se asentó sobre la base de la desigualdad social sino que la ensanchó. Por el lado de las continuamente promocionadas obras públicas, en el 2004 y 2005 se prometió, con grandes despliegues publicitarios, la construcción de 420.000 viviendas. Después de cuatro años se cumplió con sólo el 15% de ellas.
Está fuera de toda duda lo imprescindible que es el Estado en la construcción de una sociedad que reúna las condiciones básicas para que sus habitantes accedan a una vida digna. Lo que está en duda es el destino real de la mayoría de esos formidables fondos que, fundamentalmente, provee el campo.
Gobernantes desequilibrados
Reiteradamente he dicho que los gobernantes de un pueblo no pueden ser muy diferentes a lo que es el pueblo mismo. Por ello, éste no puede ser inocente si sus creencias lo impulsan a elegir representantes emocionalmente poco equilibrados.
Pero un pueblo puede concientizar sus errores para aprender a no repetirlos.
La Lic. Alicia López Blanco, en su libro “Por qué nos enfermamos”, editado por Paidós, comenta:
“Nuestra existencia está siempre vinculada a otros seres humanos. Pertenecemos a una familia, a una comunidad, a un grupo de amigos, a un grupo de trabajo y a tantos colectivos como roles ocupamos en la sociedad en la cual estamos insertos. (,,,) El conflicto forma parte de la vida misma. (…) Con el desarrollo de la cultura, la manera de superarlos ha evolucionado, en el mejor de los casos, hacia formas más civilizadas de manifestación, pero el ser humano ha tenido siempre que lidiar con sus dificultades a la hora de resolverlos de manera asertiva, esto es de forma directa, honesta y sin atentar contra los derechos de la otra persona.
Podríamos agrupar nuestras respuestas a los conflictos interpersonales en tres grupos: - la lucha, expresada en forma de agresión física o verbal; - la huída, mediante la evitación o actitud pasiva; y - la confrontación asertiva, que incluye la capacidad verbal y afectiva para resolver el problema.
A su vez, la conducta asertiva se asienta sobre algunas capacidades, estas son:
* La empatía o poder situarnos en el lugar del otro;
* La de poner límites o poder decir que no sin agredir;
* La de reconocer las propias limitaciones y errores;
* La de poder, según la ocasión y necesidad, solicitar ayuda o enunciar nuestros deseos;
* La de reconocer y expresar los sentimientos tanto positivos como negativos, éstos últimos sin lastimar;
* La de relacionarnos socialmente.
* La de ser capaces de controlar y manejar responsablemente las emociones y ordenarlas de acuerdo a valores de vida.
* La de ser capaces de superar las dificultades y tolerar las frustraciones.
… Si la respuesta ante el conflicto es de lucha, la tendencia será insultar, acusar o amenazar, lo que determinará un estilo agresivo. Si la reacción es de huida, la tendencia será la no expresión de los deseos, opiniones o intereses, y el estilo será pasivo. Si la reacción es expresar los propios sentimientos, opinión e intereses respecto a la situación respetando los sentimientos de la otra persona, el estilo será asertivo.”
Sería beneficioso para el país que los Kirchner dejaran su patrón habitual de respuesta de lucha (agresiva y descalificadora hacia la oposición), más adecuado a líderes de un centro de estudiantes que a presidentes de una nación, y se dedicaran a desarrollar cualidades de asertividad.
Por otra parte, la autora describe, entre otras, ciertas conductas negativas que no favorecen las relaciones interpersonales. He seleccionado las que me parecen corresponder más al matrimonio Kirchner y a los más importantes funcionarios del gobierno argentino:
“La negatividad, tender siempre a ver el lado desfavorable de las cosas señalando lo que está mal o falta, estando siempre pendientes de lo que no está, o que no está como nosotros pensamos que debería.
La crítica negativa, una censura de las acciones o conducta de alguien. Implica una descalificación de quien el otro es o hace. Su diferencia con la crítica constructiva es que ésta pone el acento en aquello que se puede mejorar y adiciona propuestas en esa dirección.
La oposición, contradicción o resistencia a lo que el otro hace o dice. Puede expresarse en la conducta de manera activa y beligerante, o en la forma de rebeldía pasiva esto es, conductas agresivas encubiertas como, por ejemplo, las que realizaba el personaje del programa infantil mejicano “El chavo del ocho” que perjudicaba al otro “sin querer, queriendo”.
La burla, con la que se procura poner en ridículo a alguien mediante alguna acción, ademán o palabras, y el sarcasmo, en el que la burla eleva su intensidad y llega a convertirse en mordaz y cruel. Ambos son formas de agresión encubierta en las cuales, desde una sensación de superioridad, se utiliza al humor como medio para expresar crítica o desaprobación.
La intimidación, infundir en el otro miedo para someterlo y obtener algún tipo de beneficio.
La manipulación, distorsionar la verdad para conseguir que el otro haga algo que beneficia mayormente a quien la ejerce. Implica un grado de astucia por parte del que manipula y de inocencia por quien la recibe, el cual puede llegar a renunciar a sus valores, principios y objetivos para satisfacer los de otra persona. En general se basa en tres estrategias principales: la amenaza velada, la crítica encubierta, o la generación de lástima ubicándose en posición de víctima.
La violencia, el despliegue de furia o fuerza para alcanzar un fin, avasallando los derechos de elegir del otro. Si quien la recibe no tiene capacidad para confrontar, suele conducir a la violencia encubierta pues necesita drenar por otra vía la carga que le produce.
Analizando este texto, puede observarse la coincidencia entre las acciones de nuestros gobernantes y las conductas negativas descriptas, lo que deja en evidencia que los destinos de la nación están en manos de personas muy poco evolucionadas.
Esto sí, es muy preocupante.
Enrico Udenio
14 de julio 2008
: Actualidad
LA CUENTA REGRESIVA
Julio 8, 2008 · 14 comentarios
“En la sociedad, el hombre sensato es el primero en ceder. Por eso, los más sabios son dirigidos por los más necios.” Teofrasto (c. 372-287 a.C.), filósofo griego
Cuando en el debate parlamentario sobre las retenciones móviles escuché a uno de los diputados oficialistas decir que los elevados porcentajes de las mismas promovían la inversión y el trabajo no pude menos que sentir, primero, perplejidad, y luego, indignación. ¿Cómo era posible que un político se animara a mentir así? ¿No sentía ningún atisbo de vergüenza al decir eso? Es que se supone que, por su rol, no puede desconocer los elementos más básicos de la economía. Independientemente de la posición ideológica en la que se esté (izquierda o derecha, socialista, liberal o conservador), se sabe que hay una ecuación muy sencilla que se estudia en todas las facultades de economía del mundo: 1) cuantos más impuestos, menos inversión y más desocupación; 2) cuanto menos cargas tributarias existan, mayor inversión y más ocupación laboral. Justamente uno de los secretos de un buen gobierno es establecer un nivel medio de presión impositiva para lograr un equilibrio entre sus obligaciones administrativas y sociales, y las necesidades de desarrollo económico mediante las inversiones de capital y la expansión del empleo privado.
Cincuenta años de experiencias muy diversas de la vida política y económica del país, me han dado la capacidad de observar los acontecimientos desde diferentes puntos de vista, y la facultad de captar cuando un gobierno ha iniciado su cuenta regresiva.
Tarde o temprano, los costos de mentir son muy altos
La Argentina de los últimos años me recuerda a cuando yo tenía 13 años de edad y tuve que mentirle a mi madre por haber llegado muy tarde a cenar. Para ella, la puntualidad a la hora de las comidas era una de sus exigencias más importantes, por lo que, para evitar el reto, decidí montar una escena con fuerte tono dramático. Para hacerla más creíble inventé hechos e involucré a personas reales. Todo fue bien hasta que, por casualidad o por un curso inevitable de la vida, mi madre sintió que la historia “no cerraba”. Ante esta situación, construí nuevas mentiras para explicar lo que comenzaba a ser inexplicable. Después de dos semanas, comprendí que todo lo que decía se acercaba ya a lo ridículo. Entonces, mi madre, ante mi sorpresa, manifestó creerme. A los pocos días, me di cuenta de dos cosas: primero, que decir una mentira para ocultar un error o esquivar una reprimenda, me podía llevar a más mentiras; y segundo, que mi madre, en realidad, sabía que no le había dicho la verdad pero actuaba como si me creyera porque, en mi afán de no darle motivos extras de enojo o duda, había comenzado a obedecerle en todo lo que me pedía.
A partir de este episodio, sólo en pocas ocasiones volví a faltar a la verdad. Había entendido que ser fiel a ella era más conveniente, no por una cuestión de especial honestidad o ética, sino simplemente porque, tarde o temprano, los costos por mentir iban a ser muchísimo más elevados que los de decir una verdad desagradable.
Hagamos como… si fuera cierto
A partir del colapso socio económico de diciembre de 2001, se desencadenó una larga serie de mentiras que buena parte de la población prefirió aceptar como verdades, probablemente para satisfacer sus fantasías nacionalistas duramente golpeadas por la esperanza pérdida de “pertenecer al primer mundo”, y la posición humillante en la cual quedó la Argentina con la debacle sufrida.
Señalaré algunas de las mentiras que más han incidido para que el país se encamine hacia una nueva crisis:
1) La pesificación asimétrica fue uno de los tantos inventos económicos argentinos. Como nunca antes había sucedido, durante el gobierno de Duhalde, se produjo la más fenomenal transferencia de riqueza de un sector a otro de la población. Los deudores obtuvieron enormes beneficios a expensas de las enormes pérdidas de los acreedores nacionales y extranjeros. Por supuesto, el Estado logró disminuir drásticamente sus gastos internos medidos en dólares pues la clase trabajadora, que había rechazado duramente el intento del gobierno de Fernando De la Rúa de disminuir sus salarios en un 15%, vio perder en pocos meses el 50% de sus ingresos por causa de los efectos inflacionarios reales de la devaluación, y el abrupto freno del ahorro y las inversiones causado por la incertidumbre jurídica ocasionada por esta ley.
Es que se sabe que sin ahorro no hay capital y sin capital no hay capitalismo. ¿Cómo se le pudo ocurrir a un grupo de políticos, industriales y economistas implementar algo tan destructivo para el sistema capitalista como fue la ley de pesificación asimétrica que destruyó masivamente todos los contratos establecidos? En el proceso de la investigación que realizara para mi libro “Corazón de derecha, discurso de izquierda” (2004), mis colaboradores del exterior me hicieron notar que la pesificación asimétrica era un símbolo representativo del modo en que se hacían las cosas en la Argentina. La frase de uno de ellos lo sintetizó así: “Lo que más sorprende no es la idea en sí, sino cómo el cerebro de un político o un economista argentino puede llegar siquiera a evaluar su implementación. Una idea así jamás se le ocurriría a un economista de otra nación pues es como intentar la solución a un grave problema socioeconómico matando a quien puede lograrla”.
Los gobiernos de Duhalde y Kirchner implementaron una enorme maquinaria de propaganda para hacer creer a la población “que no había otra solución”. En un país con la extensa experiencia en devaluaciones como es el nuestro, argumentar que la pesificación asimétrica “era la única salida posible” resultaba francamente ofensivo hacia el razonamiento humano. Esta ley generó tanto daño al futuro del país como la cesación de pagos y el posterior manejo de la deuda externa.
2) Funcionarios, medios de comunicación y distinguidos profesionales se han encargado de transmitir a la población que el canje de la deuda externa fue muy exitoso. Sin lugar a dudas, produce una sensación de alivio el hecho de reducir drásticamente una deuda (que fuera justa o injusta no es tema de esta nota) pero, si ésta fuera la clave del éxito no habría impedimento alguno para que todo el mundo endeudado decidiera no pagar a sus acreedores. Si el desarrollo económico pasara por no pagar las obligaciones contraídas en el pasado, ¿quién no quisiera tenerlo asegurado?
El entonces presidente argentino, Néstor Kirchner, popularizó, también, la creencia de que no se iban a pagar los miles de millones de dólares pertenecientes a los que no aceptaran la propuesta argentina, ya que las resoluciones judiciales terminarían siendo favorables al país y, en el caso de que no lo fueran, igualmente los acreedores no podrían hacer efectivo el cobro.
En realidad, el solo enunciado de la posibilidad de que no cobren es, en sí, una mentira. La experiencia indica que en los default de otros países, se cobraron el capital más los intereses mediante resoluciones judiciales internacionales. Por otra parte, la cantidad de gente que no aceptó la propuesta argentina corresponde a la mitad de todos los tenedores privados de bonos argentinos en el exterior y significa que uno de cada dos acreedores pertenecientes a países poderosos peleará por embargar cuanta propiedad argentina mueble e inmueble transite o exista en el mundo. Políticos oficialistas argumentaron que si el país no tiene nada embargable fuera de sus fronteras, puede estar tranquilo. ¿Hasta cuándo será esto posible? Un particular o una empresa puede preparar la quiebra o su propio “default” descapitalizándose artificialmente por largo tiempo pero, para una nación, esto es imposible ya que no puede quebrar judicialmente ni transformarse en otra entidad política.
Las calificadoras de crédito internacional han sugerido mucha cautela en las inversiones futuras en la Argentina ante los razonables temores de que vuelva a caer en default cuando la carencia de inversión, el aumento de los impuestos para solventar el incremento del gasto público, y las causas judiciales que deberá enfrentar, deterioren aún más sus perspectivas de crecimiento económico y su capacidad futura de repago de los nuevos bonos.
Después del default se difundió la idea, poco probable, de que pronto volverían los créditos y las inversiones. El hecho de seguir obteniendo ayuda de aquellos a los que dañamos quitándoles un dinero que les pertenecía sin que mediara negociación de partes, dependía de la magnitud de la quita y de la forma en la que se la obtuviera. El caso argentino mostró un recorte descomunal y una manera hostil en la forma de obtenerla. Haber informado al acreedor que no se le iba a pagar entre aplausos y vítores, además de insultarlo reiteradamente calificándolo como idiota útil, explotador, usurero o ladrón, no es el mejor camino a seguir cuando, probablemente en poco tiempo más, se necesite recurrir nuevamente a él.
La ironía más dolorosa de esta monumental ficción es que hoy la deuda real argentina ha alcanzado similar monto que la que tenía antes del default. ¡Tanta destrucción generada para un resultado tan pequeño!
3) Cuando Néstor Kirchner supo que los jueces de la anterior Corte Suprema iban a rechazar la pesificación asimétrica, promovió su recambio. Eligió hacerlo de una manera inconstitucional introduciendo la idea de que un fin justo justificaba el indebido medio utilizado. Una norma constitucional, clara y concisa como la imposibilidad de juzgar a los jueces por sus fallos, fue avasallada en el afán político de modificar la corte. A partir de ese momento, ya no existe estabilidad en el cargo para aquellos jueces que se atrevan a dictar sentencias que perjudiquen los principales deseos del Poder Ejecutivo. Ni tampoco hay seguridad jurídica para el derecho de base que sustenta el desarrollo económico capitalista: el derecho de propiedad. En octubre de 2004, la Corte Suprema de Justicia de la Nación convalidó el concepto de que, en un estado de necesidad, un gobierno nacional puede gobernar por encima de las leyes y la Constitución. El argumento esencial que utilizaron los juristas en su dictamen fue que, si bien hay medidas del gobierno que afectan el derecho de propiedad amparado por la Constitución Nacional, éstas deben ser respaldadas judicialmente cuando son adoptadas para paliar una profunda crisis política, económica y social.
En una nación como la Argentina, que vive de crisis en crisis, ese dictamen se convirtió en un peligro contra la institucionalidad, pero casi nadie osó alzar la voz en contra de ese fallo. Sólo una Jueza en lo Comercial, Julia Villanueva, rechazó la decisión de la Corte Suprema con el principal argumento de que: “Las emergencias, las crisis, las necesidades del Estado, son el presupuesto implícito de las garantías constitucionales. Sostener que éstas se desdibujan cuando se configuran las emergencias no es sólo un contrasentido, sino que es también desconocer que en un Estado de Derecho no existe la posibilidad de que las respuestas a los problemas puedan ser halladas por fuera de la Constitución”. Impecable frase que se perdió en el vacío legal amparado por la misma Corte Suprema de la Nación.
Aunque las encuestas indicaron que contó con la aceptación mayoritaria de la población, la inconstitucional manera con la que se ejecutó el recambio de la mayoría de los jueces de la Corte, sumado al avance del poder ejecutivo sobre el Consejo de la Magistratura, permitirá a todo gobierno futuro que detente la mayoría legislativa, la posibilidad de cuestionar y echar a los jueces cuando no le agraden las sentencias de los mismos. Con esta invención judicial, los sucesivos presidentes pueden ejecutar políticas sociales y económicas que comprometan severamente el futuro de la nación sin que la justicia se anime a impedirlo.
4) Con el dólar finalmente anclado en los tres pesos, y para evitar la inflación que se desencadenaría en el país por los efectos devaluatorios de la moneda, el gobierno de Néstor Kirchner utilizó los subsidios monetarios y la persecución y extorsión a las empresas formadoras de precios. El inesperado aumento de los valores internacionales de los principales commodities exportables de la Argentina generó cuantiosos ingresos que permitieron construir a través de los años una extensa red de enredados subsidios. Los beneficios de las compañías prestadoras de servicios comenzaron a depender del dinero que les daba el gobierno y no de su propia rentabilidad. Kirchner pagaba para que no subieran los precios. En esto consistió la esencia del denominado “modelo de país” impulsado por el matrimonio Kirchner.
Siempre asocié la inflación con el agua. Es imposible contener sus filtraciones cuando no tenemos una buena canalización o sufrimos el deterioro del techo y paredes. Mientras el gobierno insistía, una y otra vez, en que no había inflación, la población comenzó, durante el 2007, a darse cuenta de que les estaban mintiendo, porque los precios internos no paraban de crecer. La inflación es el peor de los males económicos para una nación, porque son los sectores carenciados los más castigados por ella.
5) El engaño de los índices. Las favorables estadísticas que mostraban el crecimiento económico durante los últimos años, se mostraban como una evidencia del éxito del “modelo de país” kirchnerista, pero los cálculos se hacían comparándolas con las del año 2002, etapa en la que el país había estado virtualmente paralizado y en quiebra. Cuando los números, en realidad, comenzaron a revelar que no eran tan buenos, se implementó una mentira tras otra para sostener el discurso exitista. Se nos decía que los porcentajes de la desocupación habían bajado drásticamente para luego enterarnos de que las personas que recibían los planes sociales (justamente por estar desocupados) eran considerados como “ocupados”, lo que distorsionaba el índice. Se nos decía que bajaba la pobreza y la indigencia, que subían las inversiones y el crecimiento económico, que implementaban créditos personales para facilitar la compra de viviendas, y créditos para la pequeña y mediana industria. Que los industriales estaban felices, los agricultores exultantes, y el mundo observaba asombrado cómo la Argentina renacía como el Ave Fénix y se convertía, por fin, en la nación soberana y poderosa que merecía ser.
Pero un día nos enteramos de que ya no se podían comprar viviendas porque salían más costosas que en la época del 1 a 1 y que no existía el crédito. Que los alquileres costaban el doble o el triple que antes porque había muy poca oferta en razón de las pocas garantías judiciales que tenían los propietarios de recuperar rápido sus bienes en el caso de que los inquilinos no pagaran los alquileres.
También un día nos enteramos de que se habían modificado los índices y las formas para evaluar las estadísticas que marcaban el comportamiento social y económico del país. Que el organismo que las controlaba, el INDEC, estaba siendo avasallado y cooptado por el gobierno para que divulgara las cifras que éste necesitaba. Aquel que se resistía a aceptar estas estadísticas era castigado casi como un traidor a la patria.
El discurso elogioso al “modelo de país kirchnerista” se sostenía con la propaganda de esas dudosas cifras ocultando que el crecimiento anual del PBI argentino de los últimos años era similar al del resto de los países latinoamericanos, gracias al conocido aumento de los valores de los commodities, una circunstancia fortuita y ajena al modelo económico instrumentado por los Kirchner. Y cuando no había nadie cercano a quien echarle la culpa por algún hecho que no se encuadrara dentro del “modelo kirchnerista”, la culpa la tenían Menem, el neoliberalismo o los militares genocidas. No importaba si ya habían transcurrido seis, diez o treinta años desde los acontecimientos referidos. Era (e intenta seguir siéndolo) el clásico discurso manipulador.
Hoy el pueblo comenzó a ver que después de los 80.000 millones de pesos que el gobierno recaudó por las retenciones aduaneras a las exportaciones, seguimos sin tener más hospitales o más escuelas, contamos con escasas obras viales y públicas y limitada energía; estamos importando gas, electricidad y en pocos años más, deberemos importar petróleo (por supuesto, a valor internacional, lo que plantea la pregunta sobre quién pagará la diferencia). Los servicios esenciales son un desastre y la Argentina es la nación de América Latina que recibe menos inversiones.
En el grupo G8, donde están las ocho naciones más ricas del mundo, ya se conversa sobre la posibilidad de incluir a México y Brasil entre ellas. ¡Pensar que en 1940 nuestro PBI per cápita a valor constante era el doble y el triple del de esos dos países!
Finalmente, toda la bonanza promovida por el gobierno entra en flagrante contradicción con su discurso sobre la imprescindible necesidad de seguir contando con la ley de “emergencia económica”. No se entiende. ¿Vamos bien o estamos en emergencia? Ya tuvimos un presidente que nos decía: “estamos mal pero vamos bien”. Kirchner y Menem cada vez se parecen más cuando de mentiras se trata.
6) En las elecciones presidenciales del año pasado se nos dijo que el candidato peronista (Cristina Fernández de Kirchner) significaba un cambio. Que no se trataba de una segunda presidencia. Se nos mintió descaradamente. No sólo no hubo cambios sino que el ex presidente y marido, junto a sus ministros más cercanos, siguieron siendo las caras visibles del poder. Por lo tanto, se profundizaron los mecanismos autoritarios, el discurso airado, contradictorio, y comenzó a evidenciarse las profundas grietas del promocionado “modelo de país”.
Cuando, en el conflicto actual entre el gobierno y el campo, los opositores intentaron resaltar la gran importancia que había tenido el sector agropecuario en la salida al colapso del 2002, el poder ejecutivo lo negó aduciendo que lo recaudado por las retenciones ni siquiera llegaba al 4% de los ingresos fiscales. Luego, la presidente dijo que con ese dinero iba a construir decenas de hospitales, escuelas y obras públicas. Días atrás, su marido, desbordado emocionalmente, presionó para que aprobaran las retenciones en el Congreso de la Nación asegurando que sin ello no se iba a poder pagar la deuda nacional. ¿Pero en qué quedamos? ¿Un monto tan “insignificante” alcanza para todo? Además, ¿Se va a usar para construir hospitales o para pagar deudas?
Lo que muchos ya sabemos es que con ese dinero se va a hacer muy poco de eso. Ni pagar las deudas, ni construir escuelas, ni hospitales, ni obras significativas. La mayor parte de esa gran masa monetaria contribuirá a alimentar “la mesa de dólares” de la Casa Rosada y se aplicará al control de las propias huestes oficialistas y sus aliados.
7) En las últimas semanas se escuchó, a los funcionarios de los poderes ejecutivo y legislativo, defender con ahínco las estructuras democráticas. Durante estos años, la palabra democracia fue utilizada discursivamente una y otra vez por el gobierno pero sus acciones mostraron un constante autoritarismo. Finalmente, en el artículo 2 de la ley oficialista votada en el Congreso el día 5 de julio, se hace prevalecer un reglamento del Código Aduanero por encima de un artículo de la Constitución. Veremos ahora que dice la Corte ante este avasallamiento democrático.
Se han interpretado tantas cosas increíbles para obviar nuestra Carta Magna, que todo es posible en la dimensión desconocida de la Argentina.
Luz de Gas
En la década del 40, hubo una obra de Patrick Hamilton que fue un paradigma de la perversidad. Su nombre: “Luz de Gas” (“Gaslight”). En ella, un marido hacía creer a su esposa y a la sociedad inglesa que ella se estaba volviendo loca. Cuando se miente a sabiendas de que se está causando un grave perjuicio al otro, pasa de ser una mentira para convertirse en un acto perverso.
El cúmulo de mentiras no podrá impedir que la realidad termine finalmente imponiéndose. El país tiene mucha experiencia en estas lides. La inflación escalará cada vez más; el campo comprobará que el gobierno lo engañó con la ley que aprobará el Congreso (las ventajas extras concedidas a los pequeños productores caducarán el próximo 31 de octubre) y volverán las demandas, esta vez más violentas; las inversiones privadas seguirán sin aparecer, y sin ellas no bajará la desocupación ni podrá aumentar la riqueza; la inseguridad jurídica se mantendrá (salvo que la Corte decida independizarse del Ejecutivo), y el dinero que recaudará el Estado con los mayores impuestos será cada día más insuficiente para calmar los ánimos y cubrir la maraña de subsidios creados.
Aunque la crisis ya se ha instalado y proseguirá su curso hasta el desenlace final, podemos depositar nuestra esperanza en la fortaleza de sus habitantes y en la evolución que nuestro país ha demostrado desde el advenimiento de la democracia en 1983. En realidad, debemos hacer de cuenta que somos parte de una nueva nación que tiene pocos años de tránsito, que ha comenzado a construir su destino de la misma manera que lo hicieron los países desarrollados: a los tropezones y aprendiendo de los constantes errores que se cometen.
Enrico Udenio
7 de julio 2008
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¿MANIPULACIÓN O IGNORANCIA?
Julio 1, 2008 · 5 comentarios
En Tucumán, en la reunión XXXV Cumbre del Mercosur, la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner aseguró que la especulación financiera internacional es la principal responsable de las subas en los precios de las cotizaciones de los alimentos y los combustibles en el mundo, y dijo: “Los señores de la timba financiera han pasado a la timba de los alimentos”, sostuvo, tras lo cual rechazó que las alzas se deban a la mayor demanda por el aumento del consumo en China y la India.
Además, Cristina habló frente a los países del Mercosur, los que en lugar de aplicar retenciones a sus exportaciones primarias, la promueven.
Unas horas antes, en Madrid, el director de la Agencia Internacional de Energía, Nobuo Tanaka, decía en relación a los aumentos del precio del petróleo: “Culpar a la especulación es una solución fácil que evita tomar los pasos necesarios para mejorar el acceso y la inversión del lado de la oferta”.
Reconozco que me produce un poco de perplejidad que el presidente de una nación, el que debe contar, seguramente, con buenos asesores económicos, pueda cometer errores tan profundos en la interpretación de la realidad como la realizada por Cristina respecto de los aumentos en el mundo de los precios de las materias primas. Omitir una de las variables fundamentales que inciden en este fenómeno, tal como es la incorporación de los millones de nuevos consumidores de la India y la China, y también obviar la devaluación monetaria del dólar, el aumento del petróleo y el acomodamiento del flujo del dinero financiero por causa de esos mismos factores, sólo se me ocurre que puede explicarse de dos maneras: la primera, que se trata de un discurso para consumo local por el problema político surgido con las retenciones móviles, y en un intento de aprovechar la tendencia típica, de una parte de la población argentina, en acusar al mercado financiero externo como el gran culpable de casi todas sus desgracias; la segunda, que refleja una verdadera incapacidad de la presidenta en ver al mundo actual tal como es en realidad: una gran aldea global.
No puedo definir cuál de estas dos posibilidades me preocupa más. Si la manipulación o la ignorancia.
Voy a intentar ser lo más claro y sencillo posible:
En enero de 2003 el euro superaba la barrera del dólar, en junio de 2007 pasaba el u$s1,33 y hoy está a casi u$s1,60. A su vez el petróleo, u$s60 el barril a mediados de 2007 y u$s140 en la actualidad. Recordemos que en 1971, cuando el dólar perdió al oro como respaldo y comenzó su caída, el barril de petróleo costaba solo dos dólares. La espectacular devaluación de esta moneda internacional de intercambio comercial generó en los últimos años un reacomodamiento en los valores de casi todos los productos primarios, mucho más que en el de los industriales. Además, se calcula que en los últimos cinco años, 350 millones de chinos y 180 millones de hindúes, ingresaron a un nivel medio de ingresos. Esto significó que desde 2003, sólo en estas dos naciones, más de 500 millones de habitantes se incorporaron al mercado consumidor mundial. Para que se tenga una idea de la magnitud de este aumento, la AIE prevee que en el año 2013, China e India consumirán el 33% de la producción mundial de petróleo.
El dinero es extremadamente sensible a estos cambios. Mirar para otro lado es verdaderamente ridículo. ¿A qué se refiere Cristina cuando habla de especulación o de timba? Supongo que habló sobre los mercados a término, que es dónde las finanzas especulan con los “commodities” y las monedas. ¿Acaso esto se inventó el año pasado? No. Desde hace décadas que gran parte de los negocios se hacen de esta manera. Los precios suben y bajan en función del juego de la oferta y la demanda, el que, a su vez, depende de eventos circunstanciales: Guerras, sequías, problemas de producción (como por ejemplo, el que surje del conflicto actual entre los agroproductores argentinos y su gobierno), cosechas tardías, déficit, devaluaciones, revaluaciones, leyes de fomento, niveles de producción, atentados guerrilleros, inseguridades, etc. Hay un número muy elevado de circunstancias que condicionan los valores de los commodities.
Hemos sufrido durante décadas la mala relación entre los precios de nuestros productos primarios y semi-elaborados con los industriales. Cuando, por fin, las circunstancias le son favorables a la Argentina, y se presenta la ocasión de revertir una historia negativa para el país, parecería que en vez de ser una buena noticia fuera una desgracia. Ahora resulta, que la misma comunidad internacional que durante un largo tiempo nos impidió crecer porque manipulaba para abajo los valores de nuestros principales productos de exportación sigue ahora impidiendo nuestro crecimiento porque los manipula para arriba.
Siempre he dicho que la inventiva argentina no tiene límites. O la manipulación. Pero lo que más me entristece es que si la presidenta lo dice es porque debe saber que hay mucha gente que le va a creer.
Enrico Udenio
1 de julio 2008
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LA EXPOLIACION
Junio 24, 2008 · 15 comentarios
Días atrás recibí un mail de Marcelo Risso, un abogado de la ciudad de Pergamino, en el que analizaba la situación conflictiva entre el gobierno nacional y el campo. La nota era extensa y pensada desde una perspectiva diferente a lo habitual.
Risso detallaba algo que, si bien es conocido gracias a la cobertura mediática del conflicto, es medular a la lucha que existe entre el matrimonio Kirchner y los productores agropecuarios para obtener la aceptación popular: “El gobierno sostiene que las retenciones móviles son necesarias para: mantener a raya los precios internos de los alimentos y para que haya mayor equidad distributiva”. Agrega que “se sostiene que el sector agropecuario ha sido el gran beneficiado… y que ese beneficio así obtenido debe ser utilizado por el Estado con fines redistributivos arengando para que el sector agropecuario sea más solidario con el conjunto de la población.” Risso también aclara las posiciones de las entidades agropecuarias: “… entre otros argumentos políticos, se sostiene que las retenciones no se coparticipan y por ende… se produce un flujo de dinero desde el interior hacia el Gobierno Central que es luego distribuido de manera arbitraria beneficiando a los gobernadores e intendentes afines al proyecto político gobernante y castigando a los opositores.”
Risso afirma: “En el conflicto desatado entre el gobierno y el campo, se esconden dos filosofías políticas: La primera (impulsada por Ronald Coase y Richard Posner -sobre la tesis del utilitarismo de Bentham y Stuart Mill)… sostiene que el sistema legal debe promover por todos los medios la creación de la riqueza” Esta política hace hincapié en la maximización de la riqueza y no en la distribución de la misma.
La segunda postura (sostenida por John Rawls en su obra “Teoria de la Justicia”) mantiene la idea de que “la principal virtud del sistema socio-económico es la justicia, y no la eficiencia o la maximización de la riqueza. Para ello se vale de la teoría del contrato social, sosteniendo que los eventuales fundadores de una sociedad nunca aprobarían reglas por las cuales alguien tolerara una pérdida de su beneficio en pos de un mayor beneficio disfrutado por otros.”…”Una idea que predomina en el filosofo norteamericano es que nadie merece (desde el punto de vista moral) la posición que ocupa en la sociedad, la cual es el producto de la “lotería natural”;… (por lo que) crea lo que él llama el
Ello se logra, según Rawls, aplicando impuestos progresivos con los cuales el gobierno efectúe una política distributiva que permita mejorar la situación de los más pobres. La tesis de Rawls es un intento por lograr una mayor igualdad dentro de un sistema de economía de mercado. No es socialista, ya que no promueve la abolición del mercado ni de la propiedad privada, pero se distancia del capitalismo a ultranza, ya que, permite -fundado en ideales distributivos- apropiarse de los beneficios obtenidos por el capital o aún por el propio esfuerzo con el fin de mejorar a los menos favorecidos.”
Finalmente Marcelo Risso deja una conclusión: “Desde ya que ninguna fórmula obtendrá el cien por cien de eficiencia ni el cien por cien de justicia, pero esto es así debido a que un sistema donde se busque el cien por cien de justicia, implicaría adoptar un sistema social donde el intento por igualar a todos, impediría la obtención de lucro como motor de la economía, y nadie tendría suficientes incentivos para agrandar la torta si no se le permite apropiarse de una buena parte de la ganancia. Por el contrario, un sistema social que busque únicamente la maximización de la riqueza, pero se desentienda totalmente de cómo se distribuye esa riqueza, más tarde o más temprano podría generar tensiones sociales que acabarían con el propio sistema.
En el conflicto Gobierno-Campo puede verse en líneas generales un enfrentamiento entre las tesis que acabamos de reseñar. El Gobierno tolera cierto margen de utilidad empresaria, pero por encima de cierto porcentaje interviene con regulaciones que implican una absorción de esas utilidades con el declarado propósito de redistribuirla entre los menos favorecidos. A menudo el Gobierno ha suprimido directamente la utilidad empresaria por un sistema de subsidios, donde el subsidio se transforma en la verdadera utilidad empresaria, con lo cual el sistema deja de ser de riesgo empresario, para pasar a ser un sistema de utilidad empresarial “administrada” por un burócrata, lo que a menudo termina transformando esa área económica en un sistema susceptible de ser corrompido y totalmente ineficiente. También el Gobierno considera que la renta extraordinaria del campo no es fruto de su esfuerzo, sino que es el fruto de un hecho fortuito como es el de mercado de comodities creciente que impulsa los precios hacia arriba, y por lo tanto como los productores no han hecho nada para disfrutar de ese beneficio extraordinario, que sería producto de la lotería natural, es justo confiscarlo en beneficio de los menos favorecidos.”
Yo intentare ampliar lo dicho por Risso en su muy interesante reflexión haciendo referencia a lo siguiente:
La renta extraordinaria
Escuchando a la mayoría de los defensores de las retenciones móviles, (y dejando de lado los insultos y calificaciones agresivas que usualmente emiten), se puede inferir que la frase “renta extraordinaria” la aplican a las ganancias adicionales que no estaban previstas al momento de la compra de un bien o del inicio del proceso de una producción, las cuales consideran más que extraordinarias, excesivas. ¿Pero quiénes son los que deciden si una ganancia es “excesiva”? Por lo que hemos visto, no son aquellos que la producen. Parecería ser un tema delicado el juzgar y decidir sobre el destino de un dinero ajeno. Para evitar conflictos imprevistos generados por un abuso de poder por parte de un gobierno, los sistemas democráticos y republicanos establecen reglas claras y límites preestablecidos para fijar los gravámenes impositivos y aduaneros. Por supuesto, éstas deben ser previamente negociadas con los sectores involucrados.
Los valores de la soja, trigo, arroz, y otros bienes no aumentaron por consecuencia de una estrategia maquiavélica del exterior capitalista en su afán de dañar al paraíso argentino, o por producto fortuito de la “lotería natural de la vida”, sino que sus incrementos se debieron, fundamentalmente, a la relación que existe entre la oferta y la demanda, que es la base del sistema económico que rige en gran parte del mundo incluyendo a nuestro país.
Ahora bien, si consideramos a estos aumentos de los productos agropecuarios como una “renta extraordinaria”, deberíamos plantearnos porque se grava con increíble rigor a su producción y no a la de otros sectores. Por ejemplo, en el último año los valores de los automóviles cero km aumentaron 35% en dólares (las terminales aducen aumento de costos pero el campo también sufrió un elevado incremento de ellos). ¿Por qué no se aplican gravámenes adicionales a su venta?
Pero ingresemos en un terreno que involucra a mucha más gente: las propiedades inmobiliarias. Toda la población (incluido el matrimonio Kirchner) vio elevado su patrimonio de una manera asombrosa. Departamentos que en el año 2000 (cuando regía el 1=1) costaban, por ejemplo u$s 30.000, hoy se venden entre 60 y 70 mil dólares. Ni hablemos si la comparación la realizamos con los años 2002/3, en el pos colapso económico del país, cuando se podía comprar de todo por “centavos”. ¿No es esto pasible de ser considerado “renta extraordinaria”?
Por supuesto, si el Estado implementara un sustancial aumento del porcentaje del impuesto a la venta de sus bienes, no tengo demasiadas dudas de que todos los que apoyan el incremento de las retenciones agropecuarias y que, adicionalmente, tuvieran propiedades –pequeñas, medianas o grandes- se indignarían y saldrían en masa a la calle para resistir la expropiación.
¿Pero por qué se enojarían?? Es obvia la respuesta, a nadie le gusta que le metan la mano en el bolsillo. Es fácil declamar y acusar a quienes se resisten a compartir su dinero más allá de lo que establece la ley. Es que somos casi todos genios económicos o socialistas sensibles cuando se trata de apropiarse de la riqueza de los otros, pero cobardes y egoístas cuando se trata de la propia. Para justificar o ocultarse a sí mismos tamaña injusticia, señalan a aquellos otros de oligarcas, antipatrias, evade-impuestos, millonarios insensibles, entre muchos epítetos, algunos de ellos irreproducibles en este blog.
Seguramente, cuando en uno de los últimos discursos de la presidenta argentina, los asistentes aplaudieron la confirmación de las retenciones móviles, ninguno de ellos pondría la mano en su bolsillo para ayudar a esa “redistribución de la riqueza”.
La redistribución de la riqueza
Son los impuestos coparticipables los que permiten una adecuada distribución de la riqueza generada por la masa productiva y de consumo de un país. Esto se debe a que los gobiernos centrales son bastante incapaces de conocer los detalles de las necesidades de sus estados o provincias. Creo haber sido bastante claro en mi nota anterior (“La crisis del campo: una consecuencia inevitable de la macrocefalia argentina”) sobre el tema de la coparticipación, por lo que haré sólo un sencillo agregado: A diferencia del impuesto a la ganancia, donde el porcentaje se aplica sobre el beneficio neto, las retenciones aduaneras a las exportaciones, se aplican en forma directa sobre el valor bruto de venta (similar al esquema de los ingresos brutos). Es decir, no le interesan los gastos y costos del que produce ese bien. Gana o pierda el productor le da lo mismo al Estado nacional porque si pierde (imponderables como el clima, huelgas, pestes), el gobierno nacional no “coparticipa de esa pérdida”. Es un socio sin ningún riesgo.
La ruta del dinero que se retiene
Dentro de lo posible, pues el matrimonio Kirchner tiene la costumbre de no aclarar debidamente los destinos de los fondos públicos) intentaré seguir la ruta del dinero.
Con los elementos que tenemos a mano, podemos decir que son los planes sociales al conurbano y los subsidios a las empresas de servicios básicos y transportes quienes reciben la mayoría de la promocionada redistribución.
¿Pero donde están localizados los principales servicios que reciben esos subsidios? En Buenos Aires. Salga usted y vaya al interior del país, por ejemplo, a Ituzaingo, en la provincia de Corrientes, descubrirá que, a pesar de que este pueblo está a 20 km de Yaciretá, sus habitantes pagan la electricidad tres veces más que los de Buenos Aires. Lo mismo sucede con el gas, al cual este año importamos pagando hasta cuatro veces más que el precio de compra interno al que se ven obligados los productores nacionales a vender. ¿Y la nafta? Todos lo que viajaron a las provincias en los últimos años han podido comprobar que una cosa era el precio del litro de nafta en Buenos Aires y otra muy distinta en el interior.
¿Y los planes sociales? Ya conocemos que el grueso del dinero va hacia al conurbano bonaerense (según las cifras electorales, es allí donde el peronismo kirchnerista tiene su mayor caudal de votos). Por supuesto, que se trata de un amplio sector de la población que sufre las consecuencias del desempleo, la delincuencia, la falta de una vivienda adecuada, salud y educación. ¿Pero qué decir de la miseria y el desamparo de los habitantes de los pueblos del interior del país? Además, ¿de dónde vino esa enorme masa de habitantes del cinturón poblacional que rodea a la Capital Federal? Los censos realizados desde hace casi dos décadas nos dice que la mayoría tiene su origen en los pueblos y ciudades de nuestras provincias. Cuanto más empobrecemos el interior más se despoblará éste buscando la quimera de oro que es Buenos Aires.
Buenos Aires es la principal beneficiada de la riqueza del interior
Entonces, nos encontramos con la hipócrita situación de que cuando el gobierno nacional reclama justicia social para todos, piensa solucionar –solo en parte según lo que se observa de la realidad capitalina y bonaerense- algunas de las carencias y reclamos de Buenos Aires pero generando una fenomenal injusticia socio- política y económica para el resto del país.
La mayor parte del dinero que se le saca a la producción generada en el interior del país mediante las retenciones aduaneras, termina en Buenos Aires. Parecería que después de casi 200 años, el unitarismo esta vivito y coleando, trasgrediendo el espíritu republicano y federal que determina el artículo primero de nuestra constitución. Sería muy importante que los militantes kirchneristas explicaran a qué tipo de democracia se refieren cuando hablan todo el tiempo de defenderla. O… ¿Qué entienden como democracia?
Enrico Udenio
24 de junio de 2008
LA CRISIS DEL CAMPO, UNA CONSECUENCIA INEVITABLE DE LA MACROCEFALIA ARGENTINA
Junio 1, 2008 · 37 comentarios
Durante las sesiones del congreso del 21 y 22 de abril de 1853, el Dr. Juan María Gutiérrez, diputado por la provincia de Mendoza, pronunciaba “Todas nuestras guerras civiles de cuarenta años no son más que la expresión de estos dos hechos: dominación o influencia unas veces justas y otras injustas del poder de Buenos Aires sobre las demás provincias, y resistencia unas veces justas y otras injustas por parte de éstas”.
Como si el tiempo no hubiera pasado, hoy el país está en vilo por causa del grave conflicto suscitado entre los productores agropecuarios del interior del país y el gobierno nacional con sede en Buenos Aires. Algunos insisten en que podría haber sido evitable. No lo creo. Por el contrario, pienso que estamos viviendo una historia que titularía: crónica de una crisis anunciada e inevitable.
Cuando, a partir del colapso socio económico que se produjo a fines del 2001, los precios internacionales y los términos del intercambio comercial externo favorecieron a los productos primarios, el sector agropecuario tuvo un fuerte crecimiento. En 1992, se producían treinta millones de toneladas de granos y se exportaban tres mil quinientos millones de dólares. Diez años después, la producción sobrepasó los setenta millones de toneladas y las exportaciones alcanzaron los diez mil millones de dólares. El gobierno nacional comenzó a gravarlas elevando los porcentajes de los impuestos en forma paulatina hasta provocar la sublevación de los pueblos del interior del país dos meses atrás.
Además de considerar abusivos los porcentajes de retención a sus exportaciones, los productores agropecuarios denunciaron que se trataba de impuestos que el gobierno nacional no repartirá entre las provincias. Esta situación dejó en evidencia tres hechos significativos: el primero, la fuerte exposición pública de que la Nación no coparticipa esa riqueza con las provincias que la producen; segundo, la constante migración de sus pobladores hacia Buenos Aires por carecer de esperanzas de progreso para sus pueblos; y el tercero, que después de 150 años el país se encuentra con factores de dominación económica similares a las que utilizaba el gobierno de Buenos Aires para poder someter a las provincias en la primera mitad del siglo XIX. Me refiero concretamente a la recaudación aduanera.
Es que durante aquella época, Buenos Aires (ciudad y provincia), detentaba un poder económico que provenía, principalmente, de los ingresos aduaneros de su puerto. Para conservarlo, mantuvo un constante conflicto bélico con aquellas provincias que le reclamaban su coparticipación. La indignación de los federales por esta negativa porteña a compartirlos aumentaba debido a que las mercancías foráneas que ingresaban al país a través de su puerto perjudicaban notablemente a las incipientes industrias regionales. Para dar una idea de la magnitud económica de la situación, basta mencionar que, en aquel entonces, estos recursos aduaneros generaban más del 85% de las rentas públicas de todo el país por lo que, obviamente, Buenos Aires concentraba el poder económico de la nueva nación.
Cuando la Constitución Nacional de 1853 estableció el régimen de distribución de los ingresos impositivos en base a un sistema de impuestos similar al actual, se pensó que las provincias iban a tener mayor autonomía económica. Por un lado, había impuestos provinciales que le pertenecerían a la provincia y, por otro lado, tributos nacionales que manejaría la Nación, entre ellos los aduaneros. Lamentablemente la historia mostró que el gobierno nacional terminó acaparando los impuestos de mayor recaudación y, con ello, fracasaron, en la práctica, las ideas de 1853 que intentaban hacer de la Argentina una nación federal.
A partir de la pacificación del país en 1880, aún sobrellevando varias e importantes crisis, se produjo un fuerte crecimiento económico impulsado por el desarrollo de la ganadería y la aparición de la agricultura. Es bien conocida la frase “granero del mundo” que da cuenta de su ascenso en el contexto internacional hasta llegar a ser el séptimo país más rico del planeta. En los años previos a la segunda guerra mundial, los inmigrantes europeos veían, en la Argentina de aquel momento, a una nación con una perspectiva de desarrollo económico comparable a la de los Estados Unidos, Canadá o Australia.
Es que, del mismo modo que el petróleo constituye hoy la principal riqueza para Venezuela, el cobre para Chile, o el gas para Bolivia, en aquel momento la Argentina contaba con sus vastos campos para ser la punta de lanza de un formidable desarrollo económico.
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DE ESPALDAS AL CAMPO
En mi último ensayo, “La hipocresía argentina”, relato cómo, aunque resulte increíble, el país quiso crecer de espaldas a su principal riqueza: la producción agropecuaria expandida en su extenso territorio. Sus políticos se hicieron cargo de renegar de ese sector y desvalorizarlo con los conocidos argumentos, no exentos de cierta validez, del “injusto intercambio de nuestros productos primarios por los productos industriales extranjeros”, o de la necesidad de frenar los abusos de poder de la oligarquía terrateniente. Con su acción política, los funcionarios desalentaron constantemente las inversiones en el sector y no supieron aprovechar los excedentes de riqueza, que el campo producía, para construir una industria de excelente tecnología, como sí lo hizo Australia, una nación con grandes extensiones territoriales y similares características climáticas y productivas que la Argentina.
Los resultados fueron devastadores.
Con la finalización de la segunda guerra mundial, gran parte del mundo experimentó, gracias a la notable expansión del comercio internacional, el más grande desarrollo económico de la historia. Mientras esto sucedía, la Argentina fue la única nación del mundo que en sólo veinticinco años (1935 a 1960) pasó de ser un país desarrollado a ser uno subdesarrollado y, desde el año 1950 hasta el 2000, fue el país de menor crecimiento de su Producto Bruto Interno (PBI) a valores constantes, en toda América Latina, excluyendo a Uruguay.
La composición del poder político en la Argentina se mantuvo inamovible a través del tiempo: Buenos Aires sigue siendo la aspiradora económica y demográfica de la nación como lo era en el siglo XIX.
Durante décadas los jóvenes de los pueblos y ciudades de nuestro interior huyeron hacia la esperanza porteña dejando a las provincias cada vez más pobres y más despobladas mientras que el centro urbano de Buenos Aires se agigantaba al punto de consolidar una Argentina macrocéfala.
LA ASPIRADORA ECONÓMICA Y DEMOGRÁFICA
Para dar una idea de la magnitud de esta macrocefalia, con su desproporción económica y demográfica, basta mencionar que, para fines de 1830 la provincia de Córdoba tenía 78.000 habitantes y $ 73.000 de ingresos fiscales mientras que Buenos Aires (provincia y ciudad) tenía 140.000 habitantes y nada menos que $ 3.000.000 de ingresos. En aquel momento Córdoba tenía 55 habitantes por cada 100 que detentaba Buenos Aires. En cambio, hoy alcanza apenas a 18.
Ya en 1853 se denunciaba esta situación: durante las mismas sesiones del congreso del 21 y 22 de abril, un diputado santiagueño manifestaba su preocupación por “el cuerpo monstruoso cuya cabeza se halla hidrópica y sus miembros raquíticos”.
Hoy, la ciudad de Buenos Aires y su aglomeración urbana, la cual incluye al conurbano bonaerense, condensa al 33% de la población del país. Si nos remitimos exclusivamente al pequeño distrito federal conocido como Capital Federal, podemos observar que en sólo 200 km2 habita poco menos del 10% del total de la población y se registra el 25% de la riqueza del país. Si a la Capital Federal le sumamos la provincia de Buenos Aires, comprobaremos que concentran casi la mitad del total de la población argentina y el 70% del consumo nacional.
La macrocefalia se acentúa aún más cuando se resalta, no sólo la descomunal desproporción existente en el centro urbano de Buenos Aires con relación al total del país, sino también la abismal diferencia en cantidad de habitantes con relación a las ciudades que le siguen en población. Por ejemplo, la segunda ciudad más poblada de Argentina es Córdoba, con el 3 y 1/2 % del total del país. Como se ve, del 33% pasamos al 3% y ya después de la quinta ciudad, todos los demás centros urbanos están por debajo del 0,6%.
Absurdo, ridículo, o cualquier otro calificativo queda pequeño ante tal monstruoso desnivel poblacional. No hay en el mundo una experiencia similar a la Argentina en este ítem. La nación que más se le acerca, Australia, posee en Sydney, el 20% de la población mientras que la ciudad que le continúa en importancia, Melbourne, tiene el 17%.
En Estados Unidos, el centro urbano más poblado es Nueva York con sólo el 8% del total de habitantes de esa nación. Las ciudades en orden decreciente respecto de su cantidad poblacional tienen el 6% (Los Angeles)y el 3% (Chicago). Estados Unidos necesitaría sumar a sus catorce ciudades más populosas para llegar a acumular el porcentaje que ostenta la concentración urbana de Buenos Aires.
Mucho más cerca, el primer centro urbano de Brasil, San Pablo, una de las ciudades más pobladas del mundo, tiene apenas el 6% del total del total del país. Asombrosamente, Brasil necesitaría sus 40 ciudades más populosas para alcanzar el porcentaje que detenta Buenos Aires.
Cualquiera que sea el modo de interpretar estas cifras, no puede pensarse un crecimiento social y económico de la Argentina sin solucionar esta problemática pues, sea cual fuere la metodología económica que se utilice o el partido político que gobierne, los procesos migratorios y económicos tienden, en forma natural y progresiva, a orientarse hacia aquellos lugares que generan las mayores expectativas de trabajo y los mejores estándares de vida.
EL FALSO FEDERALISMO
Mientras Buenos Aires no tenga competencia interna, seguirá siendo un imán migratorio insoslayable. Año tras año en lugar de disminuir, el flujo poblacional que arriba a la ciudad y al conurbano bonaerense aumenta considerablemente. La cabeza del país se agiganta cada vez más en proporción al resto del cuerpo.
Creo que, entre todos los males históricos que la Argentina ha padecido, esta situación se ha convertido en el peor obstáculo para su desarrollo, por todas las implicancias políticas, sociales y económicas que conlleva. Hasta que no se inicien intensas acciones enfocadas a un cambio en este sentido, será muy difícil encontrar soluciones duraderas a los graves problemas que padece el país.
Esta dificultad se acrecienta significativamente al analizar las encuestas que evidencian que, para gran parte de los argentinos, no tiene singular importancia el hecho de que el gobierno respete o no el federalismo republicano determinado por su Constitución. Siempre preocupados por la falta de dinero, la desocupación, la miseria, la seguridad, la corrupción y otros males endémicos, no relacionan al estado republicano y federal con el desarrollo socio-económico del país, por lo que, para una amplia fracción de la población, la agresión por parte del gobernante ejecutivo nacional de turno hacia sectores regionales, sociales y económicos, no resulta ser un motivo válido para retirarle el apoyo electoral.
Este desinterés por la forma federal y republicana de gobierno es uno de los más graves errores éticos y económicos en que se incurre pues permite que los gobiernos nacionales sigan controlando políticamente a la mayoría de las provincias del interior del país a través del flujo de dinero. Aunque existe una ley de coparticipación federal, la misma perpetúa la dependencia económica de las provincias pues no corrige adecuadamente las distorsiones productivas de cada región. Además, el mismo gobierno nacional recauda cuantiosos fondos que pone fuera del alcance federal, como es el caso de las ya famosas retenciones aduaneras y el impuesto al cheque, y regula su uso a través de obras públicas o subsidios adicionales, sometiendo, a voluntad, a los gobernantes e intendentes provinciales.
Por ello, en la crisis actual que vive el país, los productores se resisten a aceptar el sistema de compensaciones por la aplicación de las retenciones aduaneras móviles pues significaría que, en el futuro, los resultados de sus negocios dependerán del gobierno nacional o funcionario de turno, que es el que autorizará, demorará o rechazará los fondos compensatorios prometidos, según su criterio político y las necesidades mayores o menores que tenga en ese momento. La historia argentina demuestra que hoy se otorgan y mañana se quitan según sean las circunstancias políticas.
Las provincias y los municipios del interior de la nación necesitan, con extrema urgencia, políticas de crecimiento y desarrollo económico que atiendan la desocupación, la seguridad, la salud, y la educación para que los jóvenes y demás ciudadanos no sigan migrando a la ya hipertrofiada cabeza que es Buenos Aires. Un plan económico, cualquiera que sea, necesita de un buen federalismo en el cual apoyarse para generar una riqueza equilibrada en todo el territorio de una nación.
Al igual que las personas, una nación logra curar sus mayores males cuando cambia su propia historia, pues es la compulsión a la repetición la que la lleva a caer, una y otra vez, en los mismos errores del pasado. Si la Argentina no logra corregir la deformación distributiva de los recursos humanos y productivos que heredó de sus antecesores, le será muy difícil lograr un progreso firme en un futuro próximo o siquiera lejano.
Enrico Udenio
31 mayo 2008
(Extracto de la disertación que realizó el miercoles 29 de mayo de 2008 en el Club Del progreso).
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