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12/5/08

JAMES NEILSON :"Cristina cuesta bajo ...."



Tesis

Opositores en la niebla


Ya antes de las elecciones de octubre pasado, los Kirchner habían perdido el apoyo de la clase media urbana que votó en contra de Cristina en casi todas las grandes ciudades. Poco después, se las arreglaron para enfurecer a quienes viven en las zonas rurales del país y que sí la habían ayudado a distanciarse de sus contrincantes. Y desgraciadamente para todos, muy pronto afrontarán la ira de los pobres del conurbano bonaerense cuyos magros ingresos están siendo devorados por la inflación rampante. Tal y como están las cosas, no tardará en llegar el día en que Cristina se acuerde con nostalgia de cuando disfrutaba de un índice de aprobación de dos dígitos y la mayoría de los políticos se afirmaba comprometida a más no poder con el “proyecto” que comparte con su marido, pero así y todo, el matrimonio cree que aún contará con un aliado valiosísimo: la oposición.Desde comienzos de su gestión, Néstor Kirchner hizo cuanto pudo por debilitarla, cooptando a cuadros promisorios en nombre de la transversalidad presuntamente progresista con la que intentó seducir a la clase media y empleando la caja como un arma para apretar a los gobernadores de origen radical. No le resultó difícil: las distintas agrupaciones opositoras, aturdidas por el terremoto que puso fin a la presidencia de Fernando de la Rúa y desmoralizadas por la popularidad que con rapidez fulminante supo adquirir Kirchner, no estaban en condiciones de resistirse a la hegemonía peronista liderada en esta ocasión por el santacruceño.
Sin embargo, la impotencia opositora no sería beneficiosa para Kirchner. Al permitirle acostumbrarse a gobernar como un autócrata que no tenía por qué consultar nada con nadie salvo, quizá, su esposa, lo expuso a una serie de tentaciones peligrosas en que no dejaría de caer. De funcionar adecuadamente las instituciones, no se le hubiera ocurrido a Kirchner hacer del INDEC una sucursal de la agencia propagandística Telam. Tampoco hubiera podido tratar a la fuente más importante de ingresos del país, el campo, como si fuera un siniestro aglomerado enemigo que tendría que castigar hasta que se arrodillara para suplicarle perdón. En los 70, la virtual ausencia de la oposición contribuyó mucho al desastre supuesto por el gobierno de Isabel Perón y a la previsible reacción militar que lo siguió. Es por lo menos posible que en la fase final de la primera década del tercer milenio, la debilidad de los contrarios al reinado de los Kirchner también tenga consecuencias nefastas aunque, es de esperar, no tan truculentas como las que enlutaron los 70. Si bien los dirigentes opositores y sus acompañantes han sabido aprovechar las muchas oportunidades que les ha proporcionado un gobierno desorientado y plagado de internas para criticarlo con ferocidad creciente, ninguno ha logrado plantear una alternativa convincente al “modelo” actual. Como en tantas oportunidades en el pasado, actúan como francotiradores sueltos que disparan contra las barbaridades y contradicciones que día tras día merecen su atención, no como políticos que tengan ideas muy claras acerca de lo que hay que hacer y que sepan movilizar a la opinión pública para que el Gobierno se sienta constreñido a escucharlos.
Según el calendario institucional, a Cristina le quedan tres años y medio más en la Casa Rosada, de suerte que en muchas partes del mundo sería lógico que Elisa Carrió y Mauricio Macri, los que por ahora representan la oposición política formal a los Kirchner, creyeran que sería prematuro pensar en lo que harían en el caso de que el electorado les confiara la tarea de guiar los destinos nacionales. Pero tal vez les convendría apurarse un poco. Hay buenas razones para suponer que luego de un lustro de expansión macroeconómica espectacular el modelo se ha agotado y que, por lo tanto, será forzoso reemplazarlo por un esquema que sea, como dicen los agoreros, sustentable. Por cierto, es esta la opinión de quienes, desde el exterior, monitorean la evolución de las cuentas nacionales para entonces advertir que el “riesgo país” argentino está entre los más altos de la región, a la par de los de Ecuador y Venezuela. Puede que hayan exagerado el peligro de que estalle una nueva crisis sistémica que desemboque en un default en los meses o años próximos, pero sería un error pasar por alto sus advertencias.En las democracias maduras, es normal que los partidos opositores se identifiquen con programas de gobierno bien definidos, lo que facilita los debates en torno a las diversas opciones disponibles. Con la excepción de grupúsculos marginales, aquí prefieren manifestar su desaprobación de medidas puntuales tomadas por el gobierno de turno y, desde luego, hacer gala de su indignación por los actos de corrupción protagonizados por los funcionarios, sin por eso atacar frontalmente la estrategia económica oficial, acaso por entender que si llegaran a proponer alternativas concretas se expondrían a las embestidas de quienes las denunciarían por antipopulares.
Es lo que acaba de pasar cuando el gurú económico de Carrió, el ex jefe del Banco Central Alfonso Prat-Gay, señaló que sería mejor que el país se expandiera a un ritmo menos alocado con una tasa de inflación moderada de lo que sería apostar todo al crecimiento supuestamente chinesco y correr el riesgo de un estallido fenomenal. Sin esperar un sólo minuto, Néstor Kirchner y su mujer lo acusaron de querer “enfriar” la economía y, de este modo, depauperar a millones de personas. Desdichadamente para los Kirchner, nunca fue cuestión de elegir entre una tasa de crecimiento muy alta con un poco de inflación por un lado y resignarse a una tasa más modesta por el otro, sino de intentar impedir que la inflación se “espiralice” y precipite al país en un invierno prolongado caracterizado por la estanflación, es decir, una combinación exasperante y para muchos trágica de precios en aumento constante y crecimiento nulo.Con una mezcla de optimismo y temor, algunos ya se han puesto a hablar del “postkirchnerismo”. Piensan que el ciclo que se inició en mayo del 2003 se ha acercado a su fin y que el país tendrá que prepararse para un período muy diferente. La mayoría coincide en que lo mejor sería que Cristina aceptara que no le será dado aferrarse al rumbo fijado años antes por Néstor y comenzara a gobernar como una mandataria primermundista, consultando debidamente con los representantes de los diversos sectores, entre ellos los partidos opositores más importantes, y reconociendo que a veces es preciso hacer concesiones. Por desgracia, no hay indicios de que la Presidenta y su marido estén dispuestos a modificar su mundialmente famoso estilo que se caracteriza por la terquedad y el rencor. Seguirán avanzando contra viento y marea, aunque como resultado se multipliquen los conflictos, agravados por descalabros económicos de todo tipo y por la sensación de que el Gobierno es muy pero muy corrupto, hasta tal punto que bien pudieran hundirse.
Es extraño, pero conforme a una de las escasas encuestas que se han difundido últimamente, el político más beneficiado por el deterioro notable que ha experimentado la imagen de Cristina no son Carrió ni Macri, sino el gobernador formalmente kirchnerista de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Gracias a su capacidad sobrenatural para distanciarse de los desastres protagonizados por sus superiores jerárquicos y por brindar la impresión de que es un hombre equilibrado que entiende los problemas de la gente, el ex vicepresidente lidera con comodidad insolente el ranking de los dirigentes más respetados. Si bien no es un opositor, de llegar la mayoría abrumadora a la conclusión de que la administración de Cristina necesita cambiar mucho, Scioli sería el hombre indicado para desempeñar un papel central, acaso uno similar al que cumple a partir del 10 de diciembre el primer caballero Néstor, lo que, claro está, sería imposible sin el alejamiento permanente de quien actúa como si la entrega de los símbolos del poder a su señora no tuviera importancia alguna.Por ser la Argentina un país hiperpresidencialista, las cuitas de Cristina son de por sí desestabilizadoras. Si su imagen no recupera pronto el brillo perdido, el poder construido por su marido se desmoronará, ya que no se basa en una ideología compartida o en lealtades personales, sino en la capacidad de los Kirchner para cosechar votos y para repartir lo que tiene en la caja. En un país de instituciones menos dilapidadas que las argentinas, la caída abrupta de los valores del oficialismo hubiera supuesto el aumento correspondiente de los de los líderes opositores, lo que obligaría a aquel a pactar. Que sea Scioli, un oficialista, el que más ha subido en las encuestas, hace pensar que si se profundiza mucho más la crisis que está socavando al Gobierno, los eventuales intentos de resolverlo se darán en el marco de una nueva interna peronista. A la luz de la historia agitada del movimiento gobernante, no se trata de una perspectiva muy alentadora, pero hasta que la Coalición Cívica de Carrió y el PRO de Macri se hayan convertido en alternativas de poder auténticas, el país tendrá que prepararse para un remake de una película que ya ha visto en demasiadas ocasiones.l



Por JAMES NEILSON, PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”. Ilustración: Pablo Temes.

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