La violencia juvenil
El muro de Berlín y su caída, simbolizan el fin del comunismo en Europa Occidental,
Al mismo tiempo, las grandes potencias aceleran un proceso ya iniciado mucho tiempo atrás en busca de la globalización como primer paso al sometimiento de las naciones a un futuro gobierno mundial.
En ese marco, pocos tuvieron tiempo para darse cuenta cabalmente que el casi monopolio de la democracia terminaría con las repúblicas para ir poco a poco convirtiéndolas en dictaduras, condición imprescindible para alcanzar los fines propuestos.
Juan Bautista Alberdi, en la larga senda de su arrepentimiento, sostenía que la omnipotencia del Estado es la negación de la libertad del individuo. Si esto es así, el estado omnipotente se apodera de la república y destruye la democracia.
La concentración del capital cada vez en menos manos, los incesantes avances tecnológicos justificados en el “bien para la humanidad y su mejor calidad de vida”, cuando en realidad eran todo lo contrario, sumados a valores tan negativos como la manipulación masiva de la opinión pública, la impudicia de empresarios y gobernantes, la corrupción de dirigentes, el uso monopólico de la fuerza pública para defender intereses personales de todos ellos, se sumaron a las originales “asimetrías” generadas por la revolución industrial, aumentando la exclusión y la marginalidad.
Antiguos valores promocionados durante siglos, fueron perdiéndose, reemplazados por la ambición desmedida, una creencia generalizada en que el fin justifica los medios, un deseo incontenible de satisfacción personal a cualquier precio, unidos a condiciones sociales tales como el desempleo, la pésima distribución de la riqueza, la desigualdad de oportunidades, que no son consecuencias no deseadas sino generadas intencionalmente con fines inconfesables, fueron produciendo cambios sociales traducidos en diferentes formas de protesta.
En poco tiempo, esos cambios, inimaginables, dejaron malparados a siquiatras, sociólogos, analistas, politólogos y profetas.
Nadie podía suponer que algún día, el verdadero poder, el mismísimo “stablishment” que algunos hasta creían imaginario, se sacaría la máscara y pasaría a gobernar desembozadamente, sacando también el disfraz a su primera línea de empleados (gobernantes en ejercicio, aspirantes a serlo y sus acólitos intelectuales o no) que ejercerían el gerenciamiento de la empresa a cambio de un único beneficio: la impunidad.
En nuestro país, con más de 60 años de acelerado avance de estos cambios, la clase protestante que emergió como consecuencia, presenta diferentes aristas:
Jubilados: Son protestantes crónicos porque su condición de pasivos los inhabilita para ejercer medidas de fuerza. Saben que no les queda otra opción que aceptar sumisamente la limosna que arbitrariamente se les asigna disfrazada de seguro social. Marginados por el estado que les quitó sus ahorros y despreciados por los hijos que, salvo honrosas excepciones, los internan en instituciones que son verdaderas jaulas que aceleran su tránsito a la muerte, expresan sus inocuas protestas como tratando de no ver su horrible e inevitable final.
Auto convocados: Son trabajadores en actividad, estatales y privados, que luchan por conquistas laborales que lograron y perdieron en un lapso de seis décadas en manos de un gobierno manejado mayoritariamente por un partido que lleva el curioso y tragicómico nombre de Justicialista. Su forma de protesta es el paro laboral y la consecuente negociación.
Gremialistas: Igual que el caso anterior pero unidos en una institución que los representa, haciendo valer el peso de la masa societaria que agrega a la defensa de sus intereses, la defensa de los intereses de sus dirigentes
Piqueteros: Grupo compuesto mayoritariamente por personas que carecen de lo más elemental para poder subsistir desde el trabajo, pasando por la seguridad social, la cobertura de salud, el servicio de justicia, etc. y creen que la única forma de ser escuchados es ganando la calle y generando molestias a todos los demás hasta llegar a una negociación donde obtengan algún beneficio mínimo y, pasado un breve tiempo, recomenzar el ciclo en busca de más conquistas. Componen una masa informe e inestable que más de una vez cae en la violencia que destruye desde bienes materiales hasta vidas humanas. Algunos de sus componentes van quedando en el camino y otros transitan a la categoría siguiente:
Piqueteros asalariados: El es tramo final. Una masa compuesta por marginados del sistema y marginales por propia voluntad, que, perdidas sus esperanzas, responden a variados intereses que generalmente ni siquiera entienden, manifestándose en distinto grado que va desde la mera protesta hasta grandes hechos de violencia y vandalismo controlados por sus empleadores ocasionales y tendientes a desalentar opositores y disidencias que perjudiquen los intereses de los contratistas. No es un trabajo estable y cada manifestación se salda en el acto, de manera que no resulta extraño que quienes manifestaron defendiendo una consigna determinada, sean los mismos que mañana manifiesten defendiendo todo lo contrario y aumentando la confusión general.
¿Puede haber algo peor? ¡Lo hay!
En esta sociedad contemporánea, el objeto de fe y adoración es el dinero independientemente de su origen y ponderado exclusivamente por su monto. Esto ha dado como consecuencia el surgimiento de una nueva clase social poseedora de enormes capitales: los narcotraficantes. Es posible que pronto los veamos cotizar en bolsa ya que sus ganancias exceden a los negocios más productivos de las más sanas economías y, en consecuencia, los beneficios que distribuyen entre sus empleados son superiores a los de las más fuertes empresas o estados. Esto los convierte en aventajados competidores capaces de apoderarse de esas empresas y ejercer el gobierno del país que deseen en virtud de las posibilidades que les brinda este cambio del objeto de fe. De hecho, ya lo están haciendo, aunque no en forma generalizada.
Han desaparecido las metas de bien público, de derechos humanitarios, de mejoras culturales, de avances en lo espiritual, reemplazados por los intereses económicos corporativos e individuales y el cambio también afectó a la clase protestante, generando a todos el problema más temido socialmente, denominado –nadie dice porqué- inseguridad.
Podrá decirse, con razón, que la inseguridad existió siempre. También puede asegurarse que dada la diversidad de razas, culturas, religiones, motivaciones, necesidades satisfechas e insatisfechas y metas de cada individuo, son un serio obstáculo para que aquellos que tienen la responsabilidad de prevenir los problemas logren su objetivo.
Hasta hoy, la única respuesta que se ha puesto en práctica es el monopolio de la fuerza por parte del estado aumentando o disminuyendo los efectivos en la medida de las necesidades y el dictado de leyes, pero estas ·”soluciones” implementadas con una terquedad digna de mejores causas, siempre han fracasado ya que de ninguna manera garantizan la seguridad del individuo o su familia y solo sirven, en el mejor de los casos, para desalentar y/o castigar a los delincuentes.
Podemos recordar que la historia nos indica que ya en la antigüedad, sir Thomas Moro le decía a su monarca que la única manera de limitar (no impedir) la inseguridad era determinando y atacando las causas que la producen.
Nuestra inseguridad
El término es muy amplio. Abarca una extensa lista de aspectos tan disímiles que, a poco andar nos damos cuenta que cuando los individuos hablan de inseguridad, cada uno se refiere a un aspecto diferente.
Los seres humanos tenemos conductas muy variadas y definidas por la raza, la religión, la educación, la cultura adquiridos en la familia y la escuela, los condicionamientos sociales, las situaciones socio-económicas del momento, los atavismos, etc. y eso genera acciones y reacciones impensadas y muy difíciles de prever.
Los gobernantes pueden comprometerse a intentar vías de solución para problemas sociales simples o complejos, pero de ninguna manera pueden comprometerse a garantizar la vida o la propiedad o la salud a ningún ciudadano, más allá de lo humanamente posible y enmarcado dentro de las escasas leyes que rigen delitos puntuales y que ni siquiera prevén los cambios de comportamiento según los tiempos.
Hay un espectro social que conoce plenamente estas cuestiones. Sin embargo, no se habla de ellas.
En ese espectro social revistan profesionales en general, educadores, gobernantes en ejercicio o retirados, intelectuales, religiosos de diferentes confesiones, escritores y periodistas, por nombrar algunos. Todos callan.
La información que se filtra, cuando no hay más remedio, reconoce un relato mal titulado de hechos, pésimamente explicados en confuso relato. Mucho palabrerío, pero nada tendiente a informar plenamente y mucho menos a sugerir vías de solución. Nada específico. Reconocimiento del problema por parte de opositores que culpan al gobierno. Negación o minimización del hecho por parte del gobierno que asegura se trata de una sensación popular fogoneada por los medios con fines de justificar un golpe de estado.
Entre los diferentes aspectos que abarca nuestro problema, hay uno que nos trae de cabeza: la delincuencia y violencia ejercida por menores. Por algún lado hay que empezar y ese es uno de las tantas partes en que se divide el todo llamado inseguridad.
Me pregunto si puede haber intelectuales tan obtusos, imbéciles y necios como para creer que aumentando las fuerzas policiales, adjudicando imputabilidad desde el comienzo de la adolescencia y endureciendo las penas, van a disminuir el problema y adjudicar mayor responsabilidad a estos delincuentes.
Parecen no darse cuenta que estamos hablando de menores, adolescentes, que están en una etapa muy compleja de su vida y no alcanzan a comprender el mundo que les ha tocado, menos aun las leyes que supuestamente lo rigen y no pueden dimensionar la diferencia entre los que se predica y se hace en esta sociedad hipócrita.
¿Alguien intentó ponerse en los zapatos de los jóvenes a fin de deducir como ven al mundo? No es difícil. Todos hemos pasado por esa etapa y es imposible olvidarla.
Nadie parece haberlo hecho. De otra manera, hubieran descubierto que:
La caída del poder adquisitivo y el fin del trabajo en manos ahora de la tecnología, destruyó la familia tradicional. No podemos inculcar la cultura del trabajo a los pocos niños que apenas recuerdan cuando sus padres trabajaban y a los muchos que jamás han visto a los suyos haciendo un trabajo formal.
N Menos aun cuando muchos padres han desertado de sus responsabilidades directas de educarlo se puede inculcar el amor a la familia cuando la tecnología reemplazó a los oficios, quitando al hombre su rango de jefe y sostén de familia y el estado le quitó la dignidad de alimentar a sus hijos en el seno del hogar, llevándolos a los comedores comenzando así el largo camino de su esclavitud.os y conducirlos por la buena senda escudándose en la necesidad de trabajar y hasta en pretextos tan baladíes como decir “no entiendo a mis hijos, que alguien se haga cargo”.
Como inculcarles la fe en un ser todopoderoso y justo, aunque severo, a jóvenes que solo han conocido los rigores del hambre, la indignidad de la limosna, el desprecio de los que niegan una ayuda y nunca han visto un acto de justicia o de solidaridad bien entendida.
En ese camino, podemos agregar que es imposible inculcarle la cultura del esfuerzo a jóvenes que pueden ser ignorantes y necesitados, pero de ninguna manera tontos, y ya se han dado cuenta que solo alcanzan su meta los que menos se esfuerzan. De igual forma no podremos convencerlos que estudien, porque las condiciones en que viven se los hace imposible y porque llegado el momento, sus conocimientos serán el primer obstáculo para conseguir trabajo.
Lo peor de todo es que tampoco se les puede inculcar el respeto por la ley ya que así como la picardía reemplazó a la capacidad, también se considera que una acción es una trampa solo cuando alguien se da cuenta y el delito se enseñorea por doquier, con guante blanco o sin el, amparado por leyes amañadas, impuesto por el poder político o por el dinero y cuenta entre sus fieles a todos los estratos sociales.
El panorama de los jóvenes no puede ser más desolador. Sus padres los abandonan o los alejan, los poderosos abusan de ellos, la clase media los desprecia y la única salida que les queda es la esclavitud o la marginalidad- Algunos se resignan y otros desertan porque en la vereda de enfrente los traficantes tienen una tercera oferta: esclavitud bien paga. Van a terminar igual pero al menos no sufrirán tanta hambre, podrán sostener la familia y hasta se darán algunos gustos.
La degradación de las condiciones de vida en el planeta por la contaminación irresponsable que generó una ambición sin límites y la degradación humana impulsada por la pérdida de la esperanza, están terminando con los últimos vestigios de fe.
Cualquiera de los males mencionados en el presente trabajo es capaz, por si solo, de volver loco a un adulto. ¿Podemos asombrarnos de que los jóvenes, que los padecen todos, se pongan violentos? ¿Nos cruzaremos de brazos buscando a nuestro alrededor a quien adjudicarle la responsabilidad?
¿Es correcto oponer más violencia a la que ya existe?
Decía Thomas Jefferson que todas las cosas son susceptibles de cambio según el contexto y las circunstancias en que suceden, y agregaba: “Nada es inmutable en la vida, salvo los inalienables derechos del hombre”.
Ciudadanos: aunque vivimos en una jungla tenazmente construida entre todos, no estamos hablando de animales. Hablamos de jóvenes, nuestros hijos, los herederos del futuro a quienes hemos abandonado negligentemente, les hemos negado un futuro, matado la fe, destruido su esperanza y vaciado de contenido y propósitos su vida.
La dictadura mató casi dos generaciones para justificar su injustificable existencia de falso patriotismo, corrupción y cobardía.
¿Cuántos más necesitará esta farsa democrática, que vivimos desde 1983 en adelante, para justificar la suya?
Una última pregunta: Si algún día las cosas se resuelven para bien, ¿cómo serán recordados estos jóvenes que hoy nos ocupan?
¿Quedarán en la historia como una generación de delincuentes asesinos que no pudo soportar la realidad y enloqueció, o serán los héroes revolucionarios que en su locura lograron que los adultos volvieran a poner los pies en tierra?
Virgilio Sánchez
para Libre Opinión – FM Acuarela 5 de diciembre de 2009.-
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