No podemos seguir siendo pasto de la acción psicológica de Tirios y Troyanos
La hora de América del Sur
En junio, escribí en esta página que, en cuestiones de guerra y paz, la civilización iberoamericana es un ejemplo para el mundo. Entre nosotros, la conquista y la secesión son tabúes. Nuestras disputas históricas han emergido de las ambigüedades del legado colonial, que engendró desacuerdos sobre qué territorio pertenece, casi ónticamente, a cada una de las partes en conflicto. Para la cultura de nuestra región, el territorio de un Estado es inmutable, y éste es uno de sus principios éticos.
Por cierto, la secesión de Panamá, antaño provincia de Colombia, fue perpetrada en 1903 con la instigación y apoyo de una potencia extrarregional, Estados Unidos, que estaba interesada en la construcción y dominio del canal transoceánico que conocemos. Fue el único acontecimiento de su tipo consumado en América latina durante el siglo XX.
Nuestra sensibilidad hacia cuestiones territoriales es muy diferente de la de europeos y norteamericanos. Aquellos están mucho más acostumbrados al cambio violento de sus límites fronterizos. Especulan a veces con secesiones ventajosas, aun cuando internamente deban lidiar con enemigos separatistas. Es el caso de Rusia, que instigó la secesión en Georgia a pesar del flagelo que soporta en Chechenia. A su vez, los norteamericanos han alentado secesiones cuando les convino.
En cambio, entre nosotros, tales especulaciones están prohibidas. Hay algo indescifrable en la cultura política y ética del concierto latinoamericano que impide la vigencia de una cabal realpolitik , salvajemente practicada por europeos y angloamericanos.
Esta es una virtud que debe protegerse, especialmente en tiempos en que Bolivia está azotada por la amenaza secesionista. En tal sentido, la cumbre de Unasur, reunida en Santiago de Chile el 16 de septiembre, ratificó el aporte constructivo del concierto regional. Si de los Estados sudamericanos depende, nuestro mapa político no será modificado.
Según este prisma, debe examinarse la reciente expulsión del embajador norteamericano en Bolivia, Philip Goldberg.
Pocas dudas caben de que, como estadounidense, éste cumple mandatos en pos de los intereses de su país con patriotismo y eficacia. Entre 1994 y 1996, fue el encargado de la oficina para Bosnia del Departamento de Estado. Simultáneamente, fue asistente especial del avezado embajador Richard Holbrooke, jefe de la delegación norteamericana que negoció los acuerdos de Dayton, de 1995. Goldberg participó activamente en ese proceso, en el que su país se comprometió a respetar la integridad territorial de las repúblicas constituyentes de la ex Yugoslavia.
Continuó ascendiendo hasta que, entre 2001 y 2004, fue jefe de misión adjunto en la embajada de los Estados Unidos en Chile. Así completó su cursus honorum en América latina. Lo había comenzado de joven, cuando había sido oficial consular y político de su país en Bogotá.
Pero le esperaban puestos más delicados. Entre 2004 y 2006, fue jefe de misión en Kosovo, la provincia separatista de Serbia cuya independencia aún no había sido reconocida por nadie. Aunque los detalles de su gestión en Pristina serán secretos durante muchos años, es fácil seguir su rastro en la prensa internacional.
El 1º de diciembre de 2004, Goldberg fue citado por el diario The Globe and Mail , de Toronto, en el que expresó su apoyo al gobierno autonomista de la provincia rebelde. También manifestó entusiasmo por resolver el estatus de Kosovo, en una entrevista transmitida por Radio Free Europe el 1º de febrero de 2006. Y meses antes, el 20 de abril de 2005, su otrora jefe, el embajador Holbrooke, lo había mencionado aprobatoriamente en una nota de opinión de The Washington Post , en la que se informaba que Goldberg aconsejaba a su gobierno apurar los tiempos respecto de Kosovo.
En ese artículo, Holbrooke asentaba su propia opinión sin tapujos: ?Aunque nadie se expresa oficialmente en Washington ni en Europa, me parece difícil encontrar un desenlace para Kosovo que no sea la independencia?.
Como sabemos, esa independencia ilegal llegó en febrero de 2008, a pesar del rechazo de Rusia y China, que impedirá que la ONU la reconozca. Hasta la fecha, cuarenta y siete Estados la han avalado, incluida la mayor parte de la OTAN. Entre ellos, por razones obvias de autopreservación, España es una excepción. Su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, dijo que no podía aprobar lo actuado por ser contrario al derecho internacional.
En América latina, sólo Colombia, Perú y Costa Rica han legitimado esa secesión. Por cuestiones de principio que nada tienen que ver con el cálculo egoísta, Celso Amorim, ministro brasileño de Relaciones Exteriores, declaró que su país no reconocerá a Kosovo mientras no haya una decisión favorable del Consejo de Seguridad. Por razones un poco más interesadas, pero irreprochables, en su caso vinculadas con las Malvinas, el canciller Jorge Taiana recordó que la Argentina respeta el principio de integridad territorial, por lo que tampoco puede reconocer a Kosovo. Y el presidente boliviano, Evo Morales, directamente comparó la secesión de la provincia serbia con el caso de los departamentos de su país que albergan tentaciones separatistas.
En este contexto, me parece claro que los antecedentes de Philip Goldberg son impecables para cualquier puesto de la diplomacia norteamericana, excepto para representar a su país en un Estado latinoamericano que enfrenta desafíos secesionistas. Es imposible saber si las acusaciones lanzadas por Evo Morales de haber alentado el separatismo de Santa Cruz de la Sierra están justificadas, pero la brillante trayectoria de Goldberg contaminaba su presencia en Bolivia, a tal punto que ésta no podía ser constructiva.
Por otra parte, el momento es muy delicado porque, más allá de Bolivia, la llama separatista se ha avivado en por lo menos otras dos provincias sudamericanas: Guayas y Zulia. Ambas son petroleras y pertenecen a estados cuyos gobiernos son antagónicos al de los Estados Unidos: Ecuador y Venezuela. Además, suscitando la ira de Hugo Chávez, Washington negocia con Bogotá el establecimiento de una base militar en la Guajira, justo en el límite entre Colombia y la rica provincia venezolana de Zulia.
No podemos denunciar una conspiración, como lo han hecho Chávez y la izquierda, pero debemos ser precavidos. Per se , a ningún Estado responsable le conviene instigar el separatismo en nuestros países. Pero cuando una situación conflictiva pone en riesgo el flujo de hidrocarburos, la secesión de provincias ricas en esos recursos puede resultar un instrumento práctico. No les está vedado a quienes cultivan la realpolitik , especialmente si median también incentivos ideológicos y geopolíticos.
En cambio, sí nos está vedado a nosotros, que en este aspecto estamos bendecidos por una cultura moralmente superior. Iberoamérica debe preservar y perfeccionar sus virtudes. En ese trámite, aprendamos de aquellos a quienes hemos superado, proclamando la Doctrina Unasur: América del Sur para los sudamericanos. Así, evitando el utopismo de la recordada exclamación de Sarmiento y su idealista invocación a la humanidad, convertiríamos la imperial consigna de James Monroe, corolario de la pretensión de un "destino manifiesto", en noble instrumento de preservación de lo mejor que tenemos.
Por Carlos Escudé
Para LA NACION
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